Watson,
¡No te sientas relegado…Ahora, es preciso que hable con mi tía, Gloria…
Querida
tía Gloria no veas lo que me pasó el otro día…Creo que te lo voy a contar, si es
que puedo como tú lo hacías. Eras
nuestra cuenta cuentos particular, nuestra maestra de dicción e interpretación.
Recreabas y nos hacías vivir los cuentos infantiles que tanto nos distraían de la dura
realidad. Ora, nos hacían morir de risa, ora, espantar el miedo del cuerpo… ¿Te
acuerdas?
Tú
vivías en el piso de abajo y cuando me escuchabas llorar aparecías y con ese
don característico de las personas sabias, me amparabas y me librabas de la
somanta palos. No tenía más que cinco añitos, pero, no olvidaré como lo hacías
y lo que me dijiste para acudir en mi ayuda.
Subías
deprisa, me tomabas por el brazo y
decías algo parecido a, tengo que bajar corriendo que mi niña está sola y me llevabas con ella. En una de
las habituales palizas que me daban me dijiste cuando te vayan a pegar corre,
sal y bajas a mi casa y si no puedes grita mucho que subo, yo…tú, monina, ni
pío…
No
necesitó repetírmelo más veces. Si tenía la cara sucia por las lágrimas mi tía,
Gloria, me la lavaba y de paso me peinaba, luego, venía el premio…me acomodaba
en un rincón al calor de la lumbre y cerca de la cunita. Y, entonces,
dependiendo de mi estado emocional, mi tía, contaba o la del tonto, tonto, mierda, mierda...
-El
personaje no era tonto se hacía pasar
por tonto para librarse de los castigos. Cuando podía,”el tonto”, se las
montaba pardas a los que le habían maltratado. Una de esas barrabasadas contaba que al tonto, después, de apalearle,
le echaron de la casa diciendo: “coge la puerta y vete”. Y, el tonto, hacha en mano daba cuatro golpes a la puerta la
arrancaba y se iba con la puerta a cuestas, escena que mi tía representaba y
nos hacía soltar unas buenas carcajadas-
O, la de Garbancito. Y, Gloria, cantaba mientras acunaba, planchaba, guisaba…
Pachín,
pachín, pachín. ¡Mucho cuidado con lo que hacéis! Pachín, pachín, pachín. ¡A Garbancito
no piséis!…
Si
no fuera por el dolor de la leña casi, casi diría que estaba esperando recibir
para bajar donde mi tía. Estaba deseando que me mandara hacer cualquier
recadillo para agradecer lo que hacía por mí. Solía acunar a la pequeña, cuidar
de que, Tigre, mi perro y compañero de habitación, no ladrase para no despertar
a la niña. Llamar a su hermano Eloy. Llevar un recado a mi tío, pequeñeces.
A
menudo, en casa de mi tía, Gloria, nos juntábamos media docena de niños, entre
hijos, hermanos y sobrinos. Entonces, la cocina que era espaciosa por encantamiento se transformaba en animado
escenario. Era cuando la mujer, la madre, la hermana, la tía y la artista
mostraba todo su saber hacer y decir.
Sentados
sobre una vieja manta contra la pared y frente a la chapa que, generalmente, estaba
al rojo vivo
- Cuando
el puchero no bailaba una jota embriagando el ambiente del típico olor a cocido montañés era la cazuela
quien apuntaba un pasodoble entre callos a la madrileña que sabían, como decía
el tío, Óscar, a cielo bendito. Porque mi tía además de sabia, en muchas
facetas de la vida, era una gran cocinera-
Nunca
faltaba un tazón de café, con leche. Bueno… café… café… no, era chicoria. Unas
natillas o un platito de arroz con leche. Si, estaba planchando y nos alborotábamos
sacaba del socorrido repertorio de cuentos el de María Sarmiento o el de la
Buena Pipa…” ¿Queréis que os cuente el
cuento de la buena pipa? Preguntaba con curiosidad, haciendo unas muecas y
ademanes como si nunca nos hubiera hecho la pregunta…Y, nosotros, ansiosos contestábamos…”
¡Sí!” Ella, como si no supiese el disimulado engaño y con aquel encanto que
tenía para narrar, describir los personajes y para crear expectativas decía con
voz pausada y convincente: “Yo, no digo que, sí, digo haber si queréis que os
cuente el cuento de la Buena Pipa”,
así, nos entretenía, divertía y quería, mi tía, Gloria.
Cada
uno de nosotros teníamos nuestros cuentos preferidos que reclamábamos. Cuando
veía que no había manera de que dejáramos de enredar…con, muchísimo, sigilo,
voz queda y entonaciones traspuestas contaba el de…Marieta. Marieta…Marieta…estoy
en la mesa…Marieta… Marieta estoy en el pasillo…y nosotros nos íbamos
encogiendo… encogiendo y acercándonos los unos a los otros. Cuando el clímax
había alcanzado el cenit, la actriz, dando
unos golpecitos en el suelo decía…Marieta…Marieta… ¡Ya estoy aquí! y se
abalanzaba hacía la piña en que nos
habíamos convertido… Todos gritábamos y nos poníamos lívidos para luego caer en
risitas de alivio…
Pues,
sí, querida tía tuve la suerte de poder decirte y agradecerte todo lo que estoy
contando. Pero, bien sabes que no es lo más importante. Lo más importante
sucedió el pasado día, 14, de febrero. Hacía poco que había superado una de
esas gripes que viene acompañada de un virus intestinal…¡Ya te puedes figurar el
miedo que da estornudar por lo que pueda ocurrir! El día anterior había estado
en el Bochito. Estaba cansada muerta de frío y sin ganas de hacer la compra por
la mañana como suelo hacer. Tenía un compromiso en la caja Laboral a las cinco de la tarde.
Pensé…haré las compras, después.
A
eso de las cuatro y media de la tarde salí de casa con el carrito de la compra.
Tomé la calle de la Mar
y cuando iba a cruzar la calle veo que pasa un coche fúnebre. Me paré miré al
reloj y como faltaba un cuarto de hora para las cinco decidí ir al supermercado
y dejar el carro de la compra ya realizada. En una esquina estaban las habituales esquelas que tengo por
costumbre leer. El corazón me dio un
tremendo vuelco y no pude ni quise reprimir las lágrimas. Allí estaba tu
querida imagen, tía, Gloria. Y como si de una película se tratara vinieron las
secuencias por su debido orden.
No
hacía dos días había soñado contigo, tía. El coche fúnebre llevaba tu cuerpo,
tía, Gloria. Pero, la esencia de tú inolvidable ser de luz permanecerá entre
todos aquellos que hemos tenido el privilegio de conocerte.
María
Evangelina Cobo Zaballa
Castro-Urdiales (Cantabria)