Era ovillito de angora
Era trufita encantada
Corría por los pasillos
Tras mariposas soñadas
Lamia mora de la morería
Su lengua burlona mostraba
Y al olor de la lasaña
A lo Garfield suspiraba
Lamia
fue toda una sorpresa. Apareció el día de San Antón. Una osita más pensé…Abrimos
la caja y ¡Zas! ¡Rayos y centellas! Salió despendolada y zigzagueando recorrió
el salón. ¡Qué fea! Entre negros y marrones…aquel rabo interminable y alocada.
El animalito no paró su inesperada rapsodia hasta que agotada decidió refugiarse
en el que, desde entonces, fue su único amor. Estábamos perplejos. ¡Vaya morro! ¡Qué diferente de Katia! Suave, pacifica, solicita…Y ésta…llega monta el show y
sin decir ni miau, al personal, se instala en los brazos de su dueño y a
nosotros como si no existiéramos…¡Menuda bruja! ¡Bruja! ¿Qué os parece? Bien,
dijo su amo... seducido por el ronroneo de la nueva…mejor…brujita… Mal termina de
hablar y la brujita abre los ojos y nos mira fijamente. En mi vida he visto
unos ojos tan bellos, expresivos, dulces e inteligentes. ¡Ahí va! ¡Si tiene los
ojos del color de las naranjas del caribe! Nos engatusó…y cambiamos el brujita por Lamia. Bruja pero buena…Aunque, para su dueño, siempre fue Nuni. Lamia continuó con su
divertido zigzaguear. Era la alegría de la casa. Las personas que frecuentaban nuestro hogar, de inmediato, quedaban presas de sus arrumacos. Social, independiente y
zalamera solía frecuentar dos tipos de viviendas. Una en plan gata fugata. Se
escurría por la ventana del ático y se metía en casa de, Berta, la vecina. Dentro
de casa ajena, elegía el mejor lugar para tomar el sol y se despatarraba sobre la colcha de seda rosa…Nunca supimos, con certeza, cuanto
tiempo llevaba, la michina, cometiendo ese pecado… ¡Hasta que se descubrió! Cuando Berta entró en la habitación
y vio a Lamia nos llamó porque no había manera de espantarla y se ponía de uñas
nada más se acercaba. Para convencerla tuve que sacar un pedazo de carne a la
ventana. La otra vivienda que, habitualmente, frecuentaba era la casa de mi
amiga Rosa. Las dos congeniaron desde el principio. Un buen día Lamia se metió
en el cesto de Rosa. Me la llevo para que mi familia la conozca… ¡Vale! Pero, ten cuidado con Eguski no sea que…
Eguski era el perro de Rosa…Nada mas entrar en casa de mi amiga. Se hizo con el
territorio y sus habitantes. El pobre Eguski estaba asustado y no se atrevía ni asomar el hocico por si acaso… La trataban como a una reina y ella iba más contenta que unos cascabeles. En un momento de necesidad, Lamia, pasó unas vacaciones en casa de Jacinto y le mantenía a raya…”venir y
llevaros a ésta fiera que no me deja entrar en la habitación gritaba histérico”
y cuando Jacinto venía a casa no le quitaba el ojo de encima, le tenía más que
vigilado…
Para
que no sucediera lo que le había sucedido a Katia. Su profesor, sí, Lamia
atendía a las explicaciones que le daba mi hijo mayor como si estuviera asistiendo a una clase en el Paraninfo de Deusto. Aplicando la teoría de Pávlov, su maestro, consiguió que siempre supiéramos
donde estaba. Tocaba una campanita y al instante aparecía a por el premio, un
cachito de jamón. Eso funcionó hasta que, Lamia, se apercibió del truco. Cada vez que
tocaba la campana, Lamia, aparecía. Y, si es cierto que comía jamón era, también, cierto que acto seguido se la encerraba en la gatera. Así que frenaba el
impulso. Se sentaba en el patín. Se lo pensaba y elegía la libertad. Gracias, a la
enseñanza conseguimos encontrarla cuando se escabulló por la puerta, atravesó el
jardín, cruzó la carretera y se escondió en un seto frente a la ría.
Lamia, lamía y requete lamía a su amor…Nunca
logramos que nos diera un beso. Ahora bien, preguntases lo que preguntases, Lamia, siempre tenia un miau. Cuando quería librarse del compromiso, el maullido
era quedo. Repetía los maullidos y ronroneaba cuando estaba de plena
conformidad y movía el apéndice, bufaba y resoplaba cuando estaba contrariada. La encantaba que la
pusieras al teléfono y contestaba con solemnidad. Y, era la primera a degustar
una buena ración de lasaña que, pacientemente, esperaba no sin dejar en el suelo
la marca de su deseada felicidad.
Innumerables son las anécdotas de mi querida Lamia. Aún es el día que lloro cuando me vienen
a la memoria ciertos hechos dignos de un gran ser. Sufrí una grave
intoxicación y estuve ingresada. Tuve
que ponerme al teléfono porque, Lamia, se negaba a comer y se pasaba el día dando
vueltas por la casa maullando. Cuando me escuchó no os podéis imaginar que
maullido de descanso y de alegría soltó. Ese día y los siguientes comió y
durmió. Solamente una vez se enfadó conmigo…Su dueño me había preparado una
buena barrabasada. Entonces, yo, trabajaba en el Instituto Pio Baroja de Irun.
Compartía un piso en Rentaría. Mis hijos universitarios. Todos los lunes a las
cinco de la madrugada tomaba el autobús para Irun. Los fines de semana me dedicaba como todas las mujeres pluriempleadas, Petra criada para todo.
El cáncer me rondaba y en vez de llegar a casa el viernes por la noche aterricé
antes. La marabunta que encontré mejor
olvidar…Tanto mis hijos como mi hermana han disfrutado de las casas donde he
vivido. Sus amigos y mascotas, también. Pero, el límite era respeto a los
vecinos y la recogida y limpieza, al termino de las reuniones. El caso es que
cuando se fue aquella turba de gente, llamé a mi hijo y le leí la cartilla.
Lamia que nunca me había visto tan enfadada
y viendo que su amo y señor con el susto que tenía encima calló, bajó la
cabeza, se metió en el cuarto y puso a, Lamia, de patitas fuera de la habitación…Va la muy brujona. Me miró fijamente. Me soltó cuatro bufidos. Dio un saltó y me mordió la mano. Luego se
acurrucó en un rincón gimiendo. Cuando se la pasó, vino a mi encuentro se
sentó a mi lado y se durmió lamiéndome la marca de la herida y maullando de
penita.
Lamia,
era más que un animal, una mascota, una gata…Cuando me
diagnosticaron el carcinoma in situ y que tendría que ir lo antes posible a
quirófano. Decidí que no quería ir hacer la visita, a San Pedro, sin antes
despedirme de mi patria de acogida. Iría a Sao Paulo. Mezclaría mi cuerpo en la
tierra roja y sedosa y caminaría, nuevamente, por mis calles. No tenía tiempo que
perder el cáncer avanzaba. Después de arreglar y disponer los preparativos
estuve conversando con mi querida Lamia. Mira, Lamia, me voy al Brasil…Pero…por
si me pasa algo…quiero que sepas que eres el ser más bueno e inteligente que he
conocido…la mejor gata del mundo…cuida de la casa y no te metas en casa de
Berta…No dejes de comer…vendré en seguida…Llamaré por teléfono para felicitaros
por San Antón. ¡Estate al quite! que las llamadas, desde Sao Paulo, cuestan muchos chines…Atenta, atenta, sin
mover ni un solo pelo, con las orejas tiesas y los preciosos e inconfundibles
ojazos anaranjados asentía con un maullido que no se por qué lo sentí triste,
resignado, misericordioso…¡Oh Dios mío! Nunca más volvía a ver a Lamia. La víspera
de San Antón soñé con ella. Era la primera vez. Me desperté sobresaltada. Se lo
comenté al Sr. Tertuliano y me tranquilizó diciendo…”isso é que a gatinha sente
saudade”. No esperé y llamé a casa. Tras el consabido intercambio de preguntas
y respuestas le dije al mayor que
pusiera a Lamia al teléfono. Dijo que no aparecía ni con la campana. El corazón
se me encogió… ¿Pero está bien? Sí, mamá, no te preocupes está bien. Algo me
decía que no. Lasaña y teléfono eran sus dos pasiones. Al llegar a casa
recibí la confirmación de mis miedos Lamia no me esperaba…Se había ido para
siempre al cielo de los animales... Y con ella parte del hilo
invisible...
* Watson...antes la /l/ y la /i/ apenas aparecían. Ahora la /s/
María
Evangelina Cobo Zaballa
Castro-Urdiales (Cantabria)