Mi
amiga
María
Esther
Es
divina
Hermana
Madre
Ángel
celestial.
De
su esencia
Fluye
agua
Límpida
Cristalina
En
humano
Sacrosanto
Manantial.
No
juzga
Acompaña
No
miente
Es
verdad.
Por
instantes
Parece
una niña
En
la vida
Aprendiendo
A
jugar.
Watson,
cuando conocí a María Esther tenía catorce años, yo, diecinueve. Me llamó la
atención su franqueza y sencillez. No tienes que olvidar, Wa, que, a menudo,
las personas se dan a valer y pesan en posición y abolengo. La familia, Romaña
Goitia, tenía su castreño potosí. Eran
armadores y patrones de embarcaciones locales, El Esther María, El Nuevo María Esther. A su cargo tenía una tripulación de
entre catorce y dieciséis marineros. En su casa trabajaban dos empleadas de hogar. Junto con las habituales jerarquías de un pueblo, pesquero,
alcalde, párroco, medico, boticario. En
Castro-Urdiales, desfilaban, armadores, conserveros, empresarios.
Mi
amiga, María Esther Szigriszt Romaña, no se daba importancia ni aires de marquesa de pitiminí. No. Era de por
sí noble. Auténtica. Sin tapujos. Enfocó
sus sabios ojos, llenos de luz de vida y de esperanza y pensé…qué chavaluca más
agradable…la familia tiene que ser de lo mejorcito…Y así eran.
Y pasaron/ los / años/ y/
los/ desengaños/ https://www.youtube.com/watch?v=H2CZdopBEbg
Y,
con ellos, mi vida convertida en terrible infierno…María Esther nunca me negó
su amistad. Siempre estaba a mi lado, en los momentos de crucifixión muerte y
sepultura. Su apoyo ético y moral jamás se alejó de mi alma.
Cuando
a los veintinueve años, la quinta lumbar, me pasó una mala jugada y estuve sin
poderme mover durante cuatro meses. Allí, estaba María Esther. Abandonada a mi
suerte, se hizo cargo de mi persona y de mis dos hijos. Nos cuidó y nos
confortó, hasta tal punto que la llamaba, mami. Y ella, con la gracia que tiene,
dirigiéndose al Dr. Agustín Monteoliva, le
decía, “fíjese qué hija más crecidita tengo”. Por entonces no tenía
descendencia.
Y/
pasaron/ muchos/ años/ muchos/ más/
Yo,
había logrado entrar en la universidad y un pacto con Jacinto. Él, se quedaba
en el piso de gananciales y nosotros nos mudaríamos a Las Arenas. Con la
distancia, desaparecerían los terrores
que la familia de Jacinto y sus amiguetes, patitos, carrasquitos y potitis
infringían, a mi vida. Apartarme de las
hienas era de una alegría indescriptible.
Watson…
¿Te acuerdas de cómo encontré a mi familia pasiega? Tú sigue archivando…María Esther,
aún no había realizado el mayor de sus sueños ser madre. Llevaba once años
casada, nunca perdió la esperanza. Ni, yo, que siempre le decía… ¡ya verás, María
Esther, ya verás cómo pronto serás mamá! Y así sucedió… lo extraordinario del
hecho fue cómo me enteré de su embarazo.
Solíamos
pasear de vez en cuando. No somos de estar a diario. Cuando cuadraba dábamos
una vuelta junto a su familia. Si acontecía algún imprevisto, la primera a
enterarse era ella. No necesitaba ni abrir la boca. Me lo notaba. A mi me
ocurría otro tanto. Veía crecer a sus hermanos y sobrinos y participaba de
alegrías y tristezas. ¡Una familia entrañable!
Un
día inolvidable fui a casa de María
Esther. Era de mañana. Abrió la puerta y… ¡Madre del amor hermoso! La sentí
radiante, llena de gracia y de plenitud. La miré y la remiré tres o cuatro
veces…Ella, me observaba entre divertida y mosqueada… ¿Qué pasa, Evi? Escudriñé sus ojos y pregunté, ¿Has tomado
algo? Con una sonrisa de oreja a oreja, va y me dice… cómo no sea un café con
leche… ¿Nada de nada? Ya sabes que no tomo alcohol. Ya lo sé…Medicamentos ¿Nada
de nada? Nada de nada contestó riendo. Pues… ¡estás preñada! No quieras saber,
Watson, la juerga que se tiró mi
amiga…que para más inri tiene una risa
de las que encandila al más cauto.
Yo,
seria. Pero que muy seria. No era la
primera vez que me sucedía. María Esther… pon atención a lo que te voy a decir,
estás embarazada. Cuando vayas a mirarte, no dejes que te toquen hasta no pasar
un tiempo. Hizo la prueba de la rana...
¿Y
qué dijo el test?
¡La
ranita dijo no, Watson! Me lo vino a contar toda preocupada… ¿y si es un
fibroma? Yo, riéndome contestaba… Sí, un
fibroma de dos patas. ¡No me digas eso, Evi! decía…Estás preñadísima. Espera y
no te dejes tocar. Enseguidita lo vas a saber.
Su
madre estaba afligida. Temía por su hija. Me pidió que no alentara el mayor deseo
de su vida. Prometí no repetir a María
Esther que estaba preñada. A tú hija no se lo diré pero quiero que sepas que si,
María Esther, no está preñada, yo, estoy loca. He perdido la cuenta de cuantas
veces me han sucedido vivencias de naturaleza parecida… Estaba, absolutamente, segura de que mi
querida amiga, María Esther, estaba en estado de buena esperanza.
Cuando
le confirmaron la noticia de su evidente gravidez, María Esther, no cabía en
sí. No andaba, según sus palabras... ¡flotaba! Comenzaron los preparativos de
la espera… ¡Estaba radiante! ¡Feliz de felicidad! Le daba igual niño o niña.
¡Amaba la vida que llevaba en sus entrañas! Entre blancos, azules, abundaba el
rosa. ¡No veas qué guapos están los niños de rosa! Es un niño precioso, le
dije…
En
el traslado, a Las Arenas, me
acompañaron dos espinitas, alejarme de María Esther Szigriszt Romaña y no ver
crecer a su hijito. Venía a Castro, cuando el tiempo y la economía me lo
permitían. Iba directamente a casa de mí amiga. El recién llegado dormía…Pero…cuando
entraba, en la habitación, el pequeño querubín, abría los ojitos me miraba y
sonreía… Las dos nos quedábamos perplejas porque siempre, siempre, durante años
acontecía…
Fotografía:
María
Esther Szigriszt Romaña: La primera a la derecha. Entre redes. Sonriendo.
Adobando. Ancestral oficio de la mar.
María
Evangelina Cobo Zaballa
Castro-Urdiales (Cantabria)