En
un pueblecito no muy lejano vivían cuatro primos hermanos, tres varones y una
hembra, los Cebollos. Nadie del lugar se había apercibido que aquellas continuadas disputas por herencias, robo a vecinos y crímenes habían
sido cometidas por sus descendientes.
En
los oscuros entresijos de la familia se mezclaban cleptómanos, camorristas,
ladrones, criminales, infanticidas, violadores y pedofilos. Los vecinos sabían cosillas de cosucas... pero... nunca llegaron a desentrañar, el meollo. Tenían la información recogida con
alfileres…
-
Mira la fulanita…tanto… Doña tal y Doña cual… y cuando llega, a la plaza, las
aldeanas dicen que tienen que andar con un tiento de... ¡Agárrate que viene Doña Melona!…así la
llamaban porque era muy melosa muy melosa y se llevaba lo que podía sin pagar a
Rosa -
La
familia se multiplicaba y se desplazaba, también, su marca familiar. Poco se
podía saber de aquellos que emigraban. No ocurría lo mismo con los habituales
del pueblo…La noticia conmocionó el país. Salió en el Caso: madre mata a su
bebe recién nacido. Los lugareños horrorizados se persignaban y con
terror bisbiseaban lo que apenas entendían.
Y
pasaron unas cuantas generaciones y las distancias entre los que vivían, en
el pueblo, y los que habían anidado, en otras regiones y países fueron acortándose y
sucedió lo que tenía que suceder. Independientemente donde estuvieran
y el rango social que ostentasen, los
Cebollos, trasmitían su pedigrí, y,
curiosamente, el antídoto para pasar desapercibidos.
Habían
desarrollado un modo de defensa, muy sutil, que les valió de escondite desde
tiempos inmemorables. Quién de los
primos empezó primero, no se sabe. Lo cierto es que, una vez casados, el salva conducto, de los Cebollos, era
denominar a los descendientes,
popularmente reconocidos por
camorristas, cleptómanos, criminales,
con el apellido materno. Como el Cuco ponían los huevos, en nido ajeno….
De este modo, las aberraciones cometidas por el royalty, Cebollo, no coincidían
y pasaban sin hacerse notar por
el corre ve y dile habitual de los pueblos.
Los
delitos cometidos por los Cebollos
estaban ocultos, en el enredo del tiempo y de los apellidos. Doña, Melona, no era Melona Cebollo, sino Doña, Melona de
Trola. Quien había matado, a su bebe, no
era de la familia de los Cebollo era familia de las Lechuguitas y
quien había violado, a su hijo, no era su primo, Cebollo, era…
El
telón de acero se vino abajo cuando uno de los Cebollos se mete, en un partido
político. No se sabe si llevó, primero, el reloj y después las joyas de la
corona… Dicen que entre él y uno de sus primos venidos
del extranjero cometieron los crímenes
sociales más corruptos de la historia de un pueblo.
Habían
robado los bienes a sus legítimos herederos, bienes incautados por el régimen.
Habían construido viviendas sociales, en el solar robado. Habían vendido las
viviendas sociales. Habían alquilado las viviendas sociales sin ser
amonestados. Y desde el poder que les otorgaba, el cargo había aniquilado una
empresa y se habían repartido los beneficios.
Y
no fue todo. Los primos, Cebollos, dicen
organizaron al resto de sus
descendientes, cleptómanos, camorristas, ladrones, violadores, infanticidas y
pedófilos formando, un clan que se
dedicaban a lo que fuera menester para que los mancebos permaneciesen, cómodamente, en el poder gracias a los votos, prebendas y jaculatorias
recibidas a cambio.
El
clan estaba tan sublimemente elevado que no necesitaba hacer el Camino de
Santiago para alcanzar la gracia divina. Papá Estado y Mamá Justicia les
otorgaba el Paraíso, en tierra de Santos Inocentes y la Santa Madre Iglesia… ora
arriba… ora abajo...
Con
los nuevos tiempos el analfabetismo había sido erradicado, las distancias culturales se habían
aminorado y la nueva tecnología
aproximaba a las gentes, en el saber y
conocer. Y en aquel pequeño pueblecito
el saber ya no era exclusividad del poder. Cualquiera, con enseñanzas, al
estilo de Luís Soriano y sus Alfa y Beto,
podía entrar en una hemeroteca y enterarse de los hechos acontecidos
aquí y acullá. Y los datos de los Cebollos se acumularon y se contrastaron por los habitantes del lugar. Y pasito a
pasito separaron las distintas ramas y pusieron a cada Cuco, en su nido.
Aquella
familia tenían un afán enfermizo y desmedido por todo lo ajeno cuerpo, alma y bienes materiales. Eran
manipuladores, atroces, perversos y despiadados monstruos sociales. Su pasatiempo predilecto, ejercer el poder
sobre el otro, poseer al otro, lo del
otro. Sus victimas eran niños,
incapacitados, ancianos y mujeres, sobre todo mujeres, de sus propias familias y
grupos sociales. Y entre las cuatro paredes del reducto familiar o social,
donde nadie les veía… hacían lo peor.
* La rosa y la cebolla
Rafael Pombo
María
Evangelina Cobo Zaballa
Castro-Urdiales (Cantabria)