Mi primera Navidad, en Sao Paulo, fue tan mágica e increíble como el primer encuentro con el pueblo brasileño. Eran pocos los años que tenía y mis ojos no
podían dar crédito a lo que veían. Tanto fue, así, que pregunté, a mi padre, si
era el día de las misiones. Nunca había visto, juntas, la diversidad de razas y
mezclas, con sus dispares puestas en la escena.
Los
rojos, verdes, amarillos y blancos se adherían al muelle. El sol afanado
distribuía los colores como sabía. Algunos de sus traviesos rayos
se desdibujaban por entre los
buques reverberando en el agua cual ondulante arco iris. El aire
envolvía a la ciudad en revoltijo de esencias difíciles de definir. Y, luego,
aquel paisaje… Aquella, muestra esplendorosa de poderío divino, en todas sus
omnipotentes e inimaginables facultades.
Estaba en Río de Janeiro…. y como cantaban los panchos... “Cristo del Río del
Corcovado de tu Brasil querido estoy enamorado”
¡El Pao de Açúcar me engatusó! hasta que no me
llevaron al Corcovado estuve dando la tabarra, como de costumbre… ¡Mira que es
bonito el, Pao de Açucar, papá! Y, papá para arriba y venga papá para abajo. Y,
mi padre, el pobre, que hacía cinco años no escuchaba el papá…
Cuando
llegamos, a Sao Paulo, mi padre nos había preparado lo prometido por carta. Una casa grande… ¡muy
grande! Y nueva…Situada, en el barrio de Agua Fría. Era un adosado de tres
plantas. ¡Imagínate, Watson, tres plantas! En la entrada, un pequeño jardín
repleto de, begonias, orquídeas, ciclámenes,
helechos, calas… Una pequeña obra de arte. Luego, venia el salón, la
cocina, un aseo, terraza y lavadero. Arriba, las habitaciones, una para cada
uno de nosotros y un baño con bañera, como el de las señoritas de Castro-Urdiales.
¡Ahí va la mar! Abajo, un enorme cuarto de estudios, otro, para los trastos y
nuevo aseo. Salías a una gran terraza y de la terraza a un terreno con huerta y
gallinero. Aire, espacio, luz por todas las partes.
Según
entrabas, a la derecha, teníamos como vecinos a una familia de criollos, sus
hijos, Leda, Marisa y Amilcar, pasaron a ser nuestros nuevos amiguitos. A la
izquierda vivía un matrimonio, Doña Julia y Don José, con muchas hijas y un solo hijo. María José y María Inés,
nos acogieron como si fuésemos sobrinos.
Junto a la casa de Leda, Marisa y
Amílcar había una mansión. La mansión estaba rodeada de hortensias azules y
rosas y era de un portugués viudo, feo,
muy feo que tenía tres hijas. Decía la gente que las mantenía encerradas y que
sólo las dejaba salir cuando él estaba en casa. Y, creo que era cierto porque
veíamos como el mayordomo o el chófer cerraba la puerta y trancaba la verja.
Una de las hijas tocaba el piano. Por las tardes paseaban por el jardín y asomaban
la cabeza por entre los barrotes. Para mí eran las tres cautivas y su padre el
ogro. Cuando le veía entrar me hacía recordar: erase una vez un rey que tenía
tres hijas las metió en tres botijas y las tapó con pez. ¿Quieres que te lo
cuente otra vez? Uiii, ¡Qué miedo! Enfrente, al lado de la gasolinera, la
casa de, Vera Lucia, solíamos jugar y me dejaba ver los dibujos animados.
Era
un barrio de clase media alta, acuarela de razas y apaños. Sus moradores, por
lo general, eran emigrantes de toda procedencia, españoles, alemanes,
italianos, portugueses, japoneses, chinos, libaneses, franceses y sus
descendientes. Teníamos a mano, un buen
surtido de comercios y servicios. En la
esquina la panadería, Moravia, regentada por unos portugueses, de la mano
desfilaban, la farmacia, la tienda de ultramarinos, el bar, la mercería, la
frutería, una tintorería, un colegio de estudios secundarios, una tienda de
confección y tirando por la misma calle para el barrio de Mandaqui estaba el cine, Valparaíso.
Antes de llegar al cine, en
una de las transversales de la avenida Agua Fría, vivía una compañera del
colegio, Neide. Neide y sus padres, Doña Jandira y Don Raúl, el militar, ella,
modista junto con, Juan, el maestro fueron una parte muy importante de mi infancia.
El barrio estaba muy
completito, sólo la iglesia, Nossa Senhora da Salette, faltaba por terminar. Al
lado de la iglesia estaba la escuela. Y, de la Ceca a la
Meca, de la iglesia a la escuela y de la escuela a las casas de aquellos que los necesitaban, el hermano, Nicolau y Lorenzo.
Junto
a la escuela vivía, Lili. Era una chinita. Su nombre era complicado, terminaba
en Le y sonaba, li. La maestra, Doña Aparecida, me acomodó a su lado. Lili tenía
dos años más que, yo, y sabía el portugués. Me protegía, hacía de intérprete y
corregía mis equivocaciones. Ella, y su familia me hacían mucha gracia porque decían que era la reencarnación de un antepasado suyo, y,
aunque, yo confundía a toda su, honorable, familia los quería y respetaba. Lili,
compartió su merienda cuando supo que mi madre estaba enferma. Solía cantarla…http://www.youtube.com/watch?v=8C8z1wUn9A4
El
espacio de la iglesia, en construcción, servía para realizar los
acontecimientos de la época. En comunión
diaria, los vecinos contribuían con el bien hacer y el bien estar popular. La iglesia iba
tomando altura según el dinero que entre creyentes, feligreses y vecinos
aportaban. La improvisada parroquia
colmaba de dicha a las gentes del lugar durante las fiestas navideñas, principalmente, para
los emigrantes y desplazados. Junto con españoles, italianos, alemanes…
habían venido desde el nordeste brasileño a forjar una nueva vida, en suelo
paulista, miles de, cabras-da-peste, en sus pau-de-arara.
Los
del norte eran gente amable, sacrificada, trabajadora, nunca, pero, les faltaba
gracia y salero para bailar, un *(1)chachado, el forró o enseñar unos pasitos de *(2)frevo. Alrededor de la iglesia se organizaban
encuentros, fiestas, rifas, barracas e intercambio de, “bocaditos del cielo”,
era como llamaba, el hermano, Nicolau, a los platos bien repletos que los
vecinos dejaban, en la parroquia para el intercambio. Lo que sobraba se rifaba
y el dinero iba a parar a manos de las familias más necesitadas. Los vecinos
cuidaban que no fuese a otra parte.
En
esa estábamos cuando vino la Navidad. Mis
padres aparecieron con un abeto enorme y con montones de adornos. Los amigos
que trabajaban con mi padre, Mr. Phiro, Wilson, Eliot, las convirtieron en inolvidables. Les éramos muy cercanos durante las ultimas cinco navidades habían acompañado y vivido el sufrimiento de
mis padres. No había día que no vinieran con un adorno para el árbol, una chuchearía,
un tebeo…
Yo,
Watson, no me preguntes porqué, quizás
para tener cerca a un pedacito de mis abuelos y tíos, me había empeñado, en
hacer un nacimiento parecido al que estaba en la tienda de Presno. Pero, no
tenía las figuritas. En los hogares de
Sao Paulo, lo tradicional era el árbol de Navidad. Las parroquias eran las que
se encargaban de montar el Belén, y, las
familias emigrantes cristianas, como
mucho, ponían la sagrada familia. ¡Encontrar las figuritas fue un milagro! Y,
el milagro sucedió porque el hermano, Nicolau y Lorenzo se ocuparon de ayudarme
en el intento. Me regalaron media docena de personajes de barro. Bueno… Regalar,
lo que es regalar, no. Estarían en casa hasta que otra niña quisiera poner un
nacimiento. Y, tuve las figuritas hasta
que la vida nos cambió la suerte.
El
nacimiento se puso, en el cuarto de abajo, ocupaba media habitación. Junto, con
las figuras de barro, entraron hacer parte, medio fuerte apache y otro medio
de caballería y alguna que otra alma de
plástico, el Zé Carioca, el pato Donald…
Se
adornó y se iluminó, el abeto, en el salón ¡Virgen María! Tenía un abeto,
adornado e iluminado, que se parecía mucho a las carrozas del Coso Blanco y le
tenía dentro de casa y para mí solita. ¡Era un demasié! Estaba extasiada. Las
sombras y oscuros de mi infancia, como hija de la emigración, de pronto se
habían iluminado. Luz y claridad por todas partes. No obstante, como a todas
las mujeres de buena voluntad, nos sucedieron cosuchas. Vera Lucia y, yo,
habíamos espachurrado unos cuantos adornos navideños. Nos entró
unas ganas locas de confeccionar un par de collares. Pensábamos merecíamos los
adornos más que el abeto y nos pusimos manos a la obra. ¡Nunca mejor dicho!
porque al quebrarse, los cristalillos se nos metieron por entre las uñas ¡y vaya, vaya que disgusto!
Conocí
a Papa Noel, en paños menores. Sí, Watson, sí. Ya verás… La empresa donde trabajaba mi padre, realizaba una
fiesta para los hijos de los trabajadores. Se organizaba en el espacio natural
de Interlagos. ¡Allá nos fuimos!
Un
gigantesco pino tomaba el espacio cercano a un improvisado palco, donde, el
famoso y para mí desconocido, Papa Noel, entregaría dulces y regalos. Desde un
principio, eso de cambiar a tres por uno, no, era negocio. Y, dejar, después de
tantos años, a Baltasar por Papá Noel, no me convenció mucho que digamos. También, mi
hermano andaba con la mosca tras la
oreja y como los niños, en clase, nos
repetían que a Sao Paulo no llegaban los Reyes Magos ¡No veas, Watson, que curiosidad teníamos!
El
sonriente gordinflón, me tenía muy pero que muy preocupada. Cuando distinguí, entre los
muñecos, al papá Noel de carne y hueso no le quite el ojo de encima. Donde iba,
con mucho disimulo, allí, que me deslizaba. Te puedes imaginar, Watson, dónde
le encontré, ¿verdad? Después de aquel real
encuentro, sobre todo, por lo del trono, definitivamente, decidí que no
cambiaba a Baltasar por el cagón. Y, así, se lo dije a mis padres. Papá Noel y
Baltasar, repartieron los regalos.
Papá
Noel, me contentó con una muñeca que decía mamá y papá y un traje igualito al
de, Roy Rogers, con sus botas, sobrero, a lo americano, látigo y pistolas con
espoletas. Baltasar, me dejó, las fabulas de la Fontaine, en español y la
pareja de Mickey y Mouse.
A
parte de las diferencias culturales, del clima y otras menudencias, tanto
brasileños como españoles celebraban la
navidad de mismo modo y a la vieja usanza, en casa y con la familia. Y, a igual
que en España, en el hogar de los padres
se reunían sus retoños. La navidad en
casa de fulanito y el Año nuevo en casa de menganito.
Las
comidas interminables y copiosas. Las familias brasileñas se reunían alrededor
de una buena feijoada, un sabroso pavo, un jugoso pernil o una crujiente
churrascada. No faltaban al asiento entremeses variados, deliciosos dulces
caseros, a base de chocolate y coco. El panetone, ya, hacía parte de la familia
culinaria brasileña. Remojaban las viandas con vino, cerveza, caipirinha y los
postres con guaraná y champán.
Los
italianos con sus lasagnas, raviolis, porpetones, el osobuco, su carne mechada
que regaban con un buen Chianti. El
salami y la mozzarella de entrantes y de salientes, profiteroles y por supuesto, el panetone. Los tedescos, el
rosbif, el chukrut, cerveza de todo color y tartas y dulces de ensueño.
Nosotros,
teníamos la costumbre de hacer los chipirones en su tinta, la leche frita, las
tostadas, pero, como el resto de los emigrantes, también, adoptamos, el pernil
y el churrasco, en nuestras fiestas navideñas.
Tuve
el privilegio y la gran fortuna de hacer parte de un grupo de gentes
maravillosas y únicas. Tanto, en el barrio de Agua Fría como, más tarde, en el
de Santa Inés, durante las navidades, además, del afecto, nos regalábamos
pequeños manjares que, a cada uno de nosotros, por su distinta y variada procedencia
nos parecían exóticos.
Cual
no fue mi gusto y sorpresa al conocer por vez primera la, *(3)“pamonha”. En una
hermosa fuente las había traído doña
Abigail. Bien dispuestas cada una ocupaba su puesto. Cuando las vi pregunté.
¿Se come, de verdad que se come? Cada pamonha venía envuelta, en una hoja de maíz, parecía una bolsita de
paja, abrirla fue pura expectación. El olor me atrapó y el delicado gusto me enamoró.
Pamonha! Pamonha! Y… ¿me pregunté por qué a los niños que parecen tontos se
les llama, pamonhas? Será por la sorpresa de la vista y el paladar
ante la belleza escénica y el arte del gusto…pensé… ¡Claro! Como te quedas medio pasmada, asocian tener
cara de “pamonha”, con parecer atontada. Esa fue la conclusión que intuí, entonces.
Cuando
mi madre abrió una lata de palmito me
pasó igual. Venían juntitos. Eran blancos, blancos y parecían tronquitos. Nada
más probarlos me sumé a los forofos del corazón de palmito.
- ¡Ah!
por cierto, Watson, cuando vayas a los mundiales del Brasil no confundas,
forofo, con farofa. Farofa, es un acompañamiento de la feijoada, hecho a base
de harina de mandioca que está para chuparse los dedos-
Tres
sorpresas más, me aguardaban para finalizar el año. Brindar a las doce de la
noche con el burbujeante y bullicioso guaraná. Ir a presenciar, la San Silvestre, en la capital y
cantar una de las canciones más bonitas y llena de esperanza, “Fim de Ano”, Fin de Año o Adiós Año Viejo ¡Feliz Año Nuevo!
* Fim
de Ano, “Adeus Ano Velho, Feliz Ano Novo”
Francisco
Alves David Nasser
* (3) Pamonha:
María Evangelina Cobo Zaballa
Castro-Urdiales (Cantabria)