lunes, 31 de diciembre de 2012

ADIÓS AÑO VIEJO FELIZ AÑO NUEVO




Mi primera Navidad, en Sao Paulo, fue tan mágica e increíble como el primer encuentro con el pueblo brasileño. Eran pocos los años que tenía y mis ojos no podían dar crédito a lo que veían. Tanto fue, así, que pregunté, a mi padre, si era el día de las misiones. Nunca había visto, juntas, la diversidad de razas y mezclas, con sus dispares puestas en la escena.
Los rojos, verdes, amarillos y blancos se adherían al muelle. El sol afanado distribuía  los colores   como sabía. Algunos de sus traviesos rayos se desdibujaban  por entre los buques   reverberando  en el agua cual ondulante arco iris. El aire envolvía a la ciudad en revoltijo de esencias difíciles de definir. Y, luego, aquel paisaje… Aquella, muestra esplendorosa de poderío divino, en todas sus omnipotentes e inimaginables  facultades. Estaba en Río de Janeiro…. y como cantaban los panchos... “Cristo del Río del Corcovado de tu Brasil querido estoy enamorado”
 ¡El Pao de Açúcar me engatusó! hasta que no me llevaron al Corcovado estuve dando la tabarra, como de costumbre… ¡Mira que es bonito el, Pao de Açucar, papá! Y, papá para arriba y venga papá para abajo. Y, mi padre, el pobre, que hacía cinco años no escuchaba el papá…
Cuando llegamos, a Sao Paulo, mi padre nos había preparado lo  prometido por carta. Una casa grande… ¡muy grande! Y nueva…Situada, en el barrio de Agua Fría. Era un adosado de tres plantas. ¡Imagínate, Watson, tres plantas! En la entrada, un pequeño jardín repleto de, begonias, orquídeas, ciclámenes,  helechos, calas… Una pequeña obra de arte. Luego, venia el salón, la cocina, un aseo, terraza y lavadero. Arriba, las habitaciones, una para cada uno de nosotros y un baño con bañera, como el de las señoritas de Castro-Urdiales. ¡Ahí va la mar! Abajo, un enorme cuarto de estudios, otro, para los trastos y nuevo aseo. Salías a una gran terraza y de la terraza a un terreno con huerta y gallinero. Aire, espacio, luz por todas las partes.
Según entrabas, a la derecha, teníamos como vecinos a una familia de criollos, sus hijos, Leda, Marisa y Amilcar, pasaron a ser nuestros nuevos amiguitos. A la izquierda vivía un matrimonio, Doña Julia y Don José, con muchas  hijas y un solo hijo. María José y María Inés, nos acogieron como si fuésemos sobrinos. 
Junto a la casa de Leda, Marisa y Amílcar había una mansión. La mansión estaba rodeada de hortensias azules y rosas y  era de un portugués viudo, feo, muy feo que tenía tres hijas. Decía la gente que las mantenía encerradas y que sólo las dejaba salir cuando él estaba en casa. Y, creo que era cierto porque veíamos como el mayordomo o el chófer cerraba la puerta y trancaba la verja. Una de las hijas tocaba el piano. Por las tardes paseaban por el jardín y asomaban la cabeza por entre los barrotes. Para mí eran las tres cautivas y su padre el ogro. Cuando le veía entrar me hacía recordar: erase una vez un rey que tenía tres hijas las metió en tres botijas y las tapó con pez. ¿Quieres que te lo cuente otra vez? Uiii, ¡Qué miedo! Enfrente, al lado de la gasolinera, la casa de, Vera Lucia, solíamos jugar y me dejaba ver los dibujos animados.
Era un barrio de clase media alta, acuarela de razas y apaños. Sus moradores, por lo general, eran emigrantes de toda procedencia, españoles, alemanes, italianos, portugueses, japoneses, chinos, libaneses, franceses y sus descendientes.  Teníamos a mano, un buen surtido de comercios y  servicios. En la esquina la panadería, Moravia, regentada por unos portugueses, de la mano desfilaban, la farmacia, la tienda de ultramarinos, el bar, la mercería, la frutería, una tintorería, un colegio de estudios secundarios, una tienda de confección y tirando por la misma calle  para el barrio de Mandaqui  estaba el cine, Valparaíso. 
Antes de llegar al cine, en una de las transversales de la avenida Agua Fría, vivía una compañera del colegio, Neide. Neide y sus padres, Doña Jandira y Don Raúl, el militar, ella, modista  junto con, Juan, el maestro fueron una parte muy importante de mi infancia. 
El barrio estaba muy completito, sólo la iglesia, Nossa Senhora da Salette, faltaba por terminar. Al lado de la iglesia estaba la escuela. Y, de la Ceca a la Meca, de la iglesia a la escuela y de la escuela a las casas de aquellos que los necesitaban, el hermano, Nicolau y Lorenzo. 
Junto a la escuela vivía, Lili. Era una chinita. Su nombre era complicado, terminaba en Le y sonaba, li. La maestra, Doña Aparecida, me acomodó a su lado. Lili tenía dos años más que, yo, y sabía el portugués.  Me protegía, hacía de intérprete y corregía mis equivocaciones. Ella, y su familia me  hacían mucha gracia porque decían que  era la reencarnación de un antepasado suyo, y, aunque, yo confundía a toda su, honorable, familia los quería y respetaba. Lili, compartió su merienda cuando supo que mi madre estaba enferma. Solía  cantarla…http://www.youtube.com/watch?v=8C8z1wUn9A4
El espacio de la iglesia, en construcción, servía para realizar los acontecimientos  de la época. En comunión diaria, los vecinos contribuían con el bien hacer  y el bien estar popular. La iglesia iba tomando altura según el dinero que entre creyentes, feligreses y vecinos aportaban. La improvisada parroquia  colmaba de dicha a las gentes del lugar  durante las fiestas navideñas,  principalmente,  para  los emigrantes y  desplazados.  Junto con españoles, italianos, alemanes… habían venido desde el nordeste brasileño a forjar una nueva vida, en suelo paulista, miles de, cabras-da-peste, en sus pau-de-arara.
Los del norte eran gente amable, sacrificada, trabajadora, nunca, pero, les faltaba gracia y salero para bailar, un *(1)chachado, el forró o enseñar unos pasitos de *(2)frevo.  Alrededor de la iglesia se organizaban encuentros, fiestas, rifas, barracas e intercambio de, “bocaditos del cielo”, era como llamaba, el hermano, Nicolau, a los platos bien repletos que los vecinos dejaban, en la parroquia para el intercambio. Lo que sobraba se rifaba y el dinero iba a parar a manos de las familias más necesitadas. Los vecinos cuidaban que no fuese a otra parte.  
En esa estábamos cuando vino la Navidad. Mis padres aparecieron con un abeto enorme y con montones de adornos. Los amigos que trabajaban con mi padre, Mr. Phiro, Wilson, Eliot, las convirtieron en  inolvidables. Les éramos muy cercanos durante  las ultimas cinco navidades  habían acompañado y vivido el sufrimiento de mis padres. No había día que no vinieran  con un adorno para el árbol, una chuchearía, un tebeo…
Yo, Watson, no me preguntes porqué,  quizás para tener cerca a un pedacito de mis abuelos y tíos, me había empeñado, en hacer un nacimiento parecido al que estaba en la tienda de Presno. Pero, no tenía las figuritas. En  los hogares de Sao Paulo, lo tradicional era el árbol de Navidad. Las parroquias eran las que se encargaban de montar el Belén, y,  las familias emigrantes cristianas,  como mucho, ponían la sagrada familia. ¡Encontrar las figuritas fue un milagro! Y, el milagro sucedió porque el hermano, Nicolau y Lorenzo se ocuparon de ayudarme en el intento. Me regalaron media docena de personajes de barro. Bueno… Regalar, lo que es regalar, no. Estarían en casa hasta que otra niña quisiera poner un nacimiento.   Y, tuve las figuritas hasta que la vida nos cambió la suerte.
El nacimiento se puso, en el cuarto de abajo, ocupaba media habitación. Junto, con las figuras de barro, entraron hacer parte, medio fuerte apache y otro medio de  caballería y alguna que otra alma de plástico, el Zé Carioca, el pato Donald…    
Se adornó y se iluminó, el abeto, en el salón ¡Virgen María! Tenía un abeto, adornado e iluminado, que se parecía mucho a las carrozas del Coso Blanco y le tenía dentro de casa y para mí solita. ¡Era un demasié! Estaba extasiada. Las sombras y oscuros de mi infancia, como hija de la emigración, de pronto se habían iluminado. Luz y claridad por todas partes. No obstante, como a todas las mujeres de buena voluntad, nos sucedieron cosuchas. Vera Lucia y, yo, habíamos  espachurrado   unos cuantos adornos navideños. Nos entró unas ganas locas  de confeccionar  un par de collares. Pensábamos merecíamos los adornos más que el abeto y nos pusimos manos a la obra. ¡Nunca mejor dicho! porque al quebrarse, los cristalillos se nos metieron  por entre las uñas ¡y vaya, vaya que disgusto!
Conocí a Papa Noel, en paños menores. Sí, Watson, sí. Ya verás… La empresa  donde trabajaba mi padre, realizaba una fiesta para los hijos de los trabajadores. Se organizaba en el espacio natural de Interlagos. ¡Allá nos fuimos!
Un gigantesco pino tomaba el espacio cercano a un improvisado palco, donde, el famoso y para mí desconocido, Papa Noel, entregaría dulces y regalos. Desde un principio, eso de cambiar a tres por uno, no, era negocio. Y, dejar, después de tantos años, a  Baltasar por Papá Noel,  no me convenció mucho que digamos. También, mi hermano andaba con la  mosca tras la oreja y como los niños, en clase,  nos repetían que a Sao Paulo no llegaban los Reyes Magos ¡No veas, Watson,  que  curiosidad teníamos!
El sonriente gordinflón, me tenía muy pero que muy  preocupada. Cuando distinguí, entre los muñecos, al papá Noel de carne y hueso no le quite el ojo de encima. Donde iba, con mucho disimulo, allí, que me deslizaba. Te puedes imaginar, Watson, dónde le encontré, ¿verdad?  Después de aquel real encuentro, sobre todo, por lo del trono, definitivamente, decidí que no cambiaba a Baltasar por el cagón. Y, así, se lo dije a mis padres. Papá Noel y Baltasar, repartieron los regalos.
Papá Noel, me contentó con una muñeca que decía mamá y papá y un traje igualito al de, Roy Rogers, con sus botas, sobrero, a lo americano, látigo y pistolas con espoletas. Baltasar, me dejó, las fabulas de la Fontaine, en español y la pareja  de Mickey  y Mouse.
A parte de las diferencias culturales, del clima y otras menudencias, tanto brasileños como  españoles celebraban la navidad de mismo modo y a la vieja usanza, en casa y con la familia. Y, a igual que en España, en el hogar de  los padres se reunían  sus retoños. La navidad en casa de fulanito y el Año nuevo en casa de menganito.
Las comidas interminables y copiosas. Las familias brasileñas se reunían alrededor de una buena feijoada, un sabroso pavo, un jugoso pernil o una crujiente churrascada. No faltaban al asiento entremeses variados, deliciosos dulces caseros, a base de chocolate y coco. El  panetone, ya, hacía parte de la familia culinaria brasileña. Remojaban las viandas con vino, cerveza, caipirinha y los postres con guaraná y champán.
Los italianos con sus lasagnas, raviolis, porpetones, el osobuco, su carne mechada que  regaban con un buen Chianti. El salami y la mozzarella de entrantes y de salientes, profiteroles  y por supuesto, el panetone. Los tedescos, el rosbif, el chukrut, cerveza de todo color y tartas y dulces de ensueño.
Nosotros, teníamos la costumbre de hacer los chipirones en su tinta, la leche frita, las tostadas, pero, como el resto de los emigrantes, también, adoptamos, el pernil y el churrasco, en nuestras fiestas navideñas.
Tuve el privilegio y la gran fortuna de hacer parte de un grupo de gentes maravillosas y únicas. Tanto, en el barrio de Agua Fría como, más tarde, en el de Santa Inés, durante las navidades, además, del afecto, nos regalábamos pequeños manjares que, a cada uno de nosotros, por su distinta y variada procedencia nos parecían exóticos.
Cual no fue mi gusto y sorpresa al conocer por vez primera la, *(3)“pamonha”. En una hermosa  fuente las había traído doña Abigail. Bien dispuestas cada una ocupaba su puesto. Cuando las vi pregunté. ¿Se come, de verdad que se come? Cada pamonha venía envuelta,  en una hoja de maíz, parecía una bolsita de paja, abrirla fue pura expectación. El olor me atrapó y el delicado gusto me enamoró. Pamonha! Pamonha! Y… ¿me pregunté por qué a los niños que parecen tontos se les  llama, pamonhas?  Será por la sorpresa de la vista y el paladar ante la belleza escénica y el arte del gusto…pensé…  ¡Claro! Como te quedas medio  pasmada,  asocian   tener cara de “pamonha”, con parecer atontada.  Esa fue la conclusión que intuí, entonces.
Cuando mi madre abrió  una lata de palmito me pasó igual. Venían juntitos. Eran blancos, blancos y parecían tronquitos. Nada más probarlos me sumé a los forofos del corazón de palmito.

- ¡Ah! por cierto, Watson, cuando vayas a los mundiales del Brasil no confundas, forofo, con farofa. Farofa, es un acompañamiento de la feijoada, hecho a base de harina de mandioca que está para chuparse los dedos-

Tres sorpresas más, me aguardaban para finalizar el año. Brindar a las doce de la noche con el burbujeante y bullicioso guaraná. Ir a presenciar, la San Silvestre, en la capital y cantar una de las canciones más bonitas y llena de esperanza, “Fim de Ano”, Fin de Año o Adiós Año Viejo ¡Feliz Año Nuevo! 


* Fim de Ano, “Adeus Ano Velho, Feliz Ano Novo”
Francisco Alves  David Nasser
http://www.youtube.com/watch?v=T-UOn4kQVkA 
Traducción
http://mariaevangelinacobozaballa.blogspot.com.es/2012/12/fim-de-ano-traduccion.html
* (3) Pamonha:


María Evangelina Cobo Zaballa
Castro-Urdiales   (Cantabria)