Mientras, compartía mi piso con estudiantes conocidos...
no tuve ni
un solo motivo de queja o de preocupación. ¡Y mira que no fueron dos días!…
Sucedió que al terminar, la licenciatura, tuve que buscar otro medio de alquiler. Antes, entre unas y otras compañeras, alquilaba sin dificultad y las personas que venían a participar del grupo eran muy parecidas La convivencia normal. Realizábamos un previo presupuesto de víveres. Repartíamos trabajo y gastos y nunca hubo más fricciones que las necesarias. Los pequeños contratiempos se solucionaban sin más.
Otro gallo cantó cuando tuve que alquilar el piso sin aquella valiosa ayuda. Dentro del ámbito universitario, me enteré que unos becarios, andaban buscando un piso para compartir. No voy a decir su procedencia terráquea porque parásitos perniciosos están adheridos a cualquier nacionalidad y nadie, que yo sepa, se adjudica el primer premio. Siempre es el otro el más…
Y el gallo no solo cantó que a poco nos pone un huevo. ¡Menudo gallinero montaron los pollitos! Si, si, porque apenas eran unos pollitos tempraneros…Ahora, que tenían más espolones que el Bochito de Bilbao. Allí, donde los *(1) pinchos son de rechupete, se bebe txakoli y se dice ¡Riau! ¿Eres de Bilbau?
Pues… eso me paso. Entraron en la casa a país conquistado. Se instalaron. Tomaron todo lo que encontraron. Lo usaron. No se avenían a concierto alguno y el recochineo estaba presente porque dejaban la marca del zorro, en el trono sin asomo de higiene o pudor. ¡La madre del cordero y eran becarios!
Pero… había algo en sus gestos en la forma de hablar y de mirar que delataba la pose…
-*(2)La comunicación no verbal dirían, Ana Elejabeitia, Elena Artaza, Elvira Pérez de Arrilucea o Itziar Turrez, profesoras de la Universidad de Deusto.-
No quisieron compartir gastos ni trabajo. Cada cual cuidaría de su habitación y de sus cosas personales. Decían que usarían el piso solo para dormir y poco más, el resto del tiempo estarían en las respectivas facultades.
Lo primero que notamos fue la falta de comida, hecha y sin hacer. Cuando no faltaba azúcar, se habían encargado de terminar con la salsa de tomate, cuando, también, del detergente. Y de esa sisa desaparecía ropa personal, de cama y de mesa.
Solían presentarse, sin previo aviso, a la hora de la comida. Saludaban sonrientes y ceremoniosos. Se sentaban a la mesa cual invitado de piedra pero con mandíbulas activas y bien desarrolladas. Nos quedábamos perplejos y sin fiambres porque nos es que se tiraban a lo verde, no, ¡de hacerla que se vea! E hincaban el garfio donde más carne había. Ah… eso, sí, todo estaba rico…rico…y alababan a la cocinera o cocinero de turno y, hasta, la madre que los parió…
Para más chifla, cundo se presentaban lo hacían por turnos bien calculados. Pocas veces coincidíamos los mismos a saquear. Unas veces cuando comía Juan, otras, cuando cenaba Merche. De media, llegamos a la conclusión que se jamaban de tres a cuatro manjares. Pero, eso no era lo peor que pintaron. Las facturas de luz, agua y gas triplicaron. Y se negaron rotundamente a pagar la demasía, diciendo que, ellos, gastaban lo mínimo, porque apenas paraban en casa. Era tanta la diferencia de las sumas que se llamó al administrador y a Iberdrola para cerciorarnos de que el contador estaba bien.
Cada uno de nosotros íbamos y veníamos como de costumbre. Ninguno había modificado sus hábitos. Teníamos, un intríngulis diario y unos gastos re que te aumentados. No podíamos seguir así.
Definitivamente decidimos mandarlos ala
Rua del percebe. La causa de la expulsión del grupo tenía que
ser grave y demostrada. Porque habíamos firmado, contrato por un tiempo y si no
se cumplía tendríamos que indemnizarlos. Grave era. ¡Ya lo creo! La comida
volaba, la ropa no se encontraba y las cuentas no casaban.
¡La casa de tócame Roque! Y con aquellas carotas de pergamino ilustrado… ¿Quién iba dar crédito a lo que estaba pasando? Los más allegados… ¿Y quién se atrevía a ir a denunciar lo que pasaba a sus superiores? Nadie. Todos estudiábamos por aquellos deliciosos parajes y posponíamos la encomienda…
Empezamos a tomar medidas. Primero entre nosotros. Acordamos que cuando se sentasen mientras estábamos comiendo nos levantaríamos y recogeríamos las viandas. Teníamos más vergüenza en llamarles la atención que los convidados de piedra, en darse la panzada gratis. La medida surtió efecto, por poco tiempo, a la de tres cambiaron método. Se llevaban la comida de la nevera.
Hartos de tanto desahogo decidimos dejar las albóndigas con buen acompañamiento de salsa, a lo *(3) baiano, caliente, caliente. Seguro que, al primer bocado, a alguno de ellos le abrasarían los morros y se vería la huella. Pues, debieron de comerlo a la vez porque, dos, de los cuatro tenían los labios inflamados.
Un buen día, llegué antes de lo previsto y me encontré con uno de los vecinos de la comunidad. Después de los saludos, me dijo, mira, no me gusta meterme en vida de nadie pero en cuanto os vais, Juan, Merche y tú…por las escaleras y con el ascensor se monta la de San Silvestre… Unos suben, otros bajan y, siempre, van cargados de bolsas. A la vecina del cuarto y a su marido, también, les ha llamado la atención. Pero, lo que nos ha dejado con la mosca detrás de la oreja… decía… es que cuando estáis vosotros nunca vemos a los mismos maromos. No hace una semana, Agustín, el jubilado, subió y se quedó en el descansillo del ático escuchando qué pasaba en tu piso. Según, él, había más de cinco personas y hablaban tanto en español como en otro idioma. Estaban haciendo, la colada porque se escuchaba la lavadora. Por el olor cocinaban, por el ruido fregaban y veían la televisión. Nos enteramos, por unos y por otros, que las carrerillas y las coladas las hacían de dos a tres veces por semana. El piso se había convertido en lavandería y fonda del sopapo.
¡Y se hizo la luz y el agua! Sin perdida de tiempo pregunté a la vecina del piso de abajo por lo de la lavadora. Me confirmó el continuado uso de la lavadora. Eso, sumado a otras menudencias y males mayores como el revi salseo de todos los papeles personales…Colmó el vaso.
Teníamos que dar solución al problema. La denuncia a los superiores era lo más inmediato. No obstante, antes de realizar la, decidimos buscar ayuda para demostrar lo que sucedía y lo que decían los vecinos.
Cada uno de nosotros pusimos nuestro granito de arena. Me acordé de un tal Paco, policía nacional, me había ayudado mucho, con los niñitos de Portugalete. El, y David Beltrán, me dijeron que el día que necesitara ayuda no dudara en llamarles. Pero, a saber dónde estaban los números de teléfono…Como no hubo manera de conseguirlos, fui a la fuente.
Me presenté en la comisaría de la policía de Bilbao. Pregunté por la policía judicial. Di los datos de las personas que buscaba y el porqué. No sabía, los apellidos de Paco, solo me acordaba que una de sus hijas se llamaba Lorena. No hubo forma.
En esto, aparece una persona que dice ser inspector del grupo de familias. Me hizo una serie de preguntas y nos pusimos de acuerdo para que viniese a casa a ver el panorama. Vino. Me preguntó sobre los niños portugueses y ciertos locales. Revisó todas las habitaciones, entradas y salidas del piso. Anotó lo que quiso y lo que contestábamos y, Paco, que así decía llamarse, el inspector, se fue.
Como veía que los inquilinos no dejaban de hacer barrabasadas y el nuevo, Paco, no daba respuesta a la zozobra, le llamé para decirle que una amistad nos iba a ayudar. Con mucho tacto me recomendó que tuviera cuidado. Según sus palabras, los estudiantes estaban muy protegidos. Y como aquel que no quiere la cosa disparó: hoy en día, no es difícil hacer desaparecer a una persona molesta y que aparezca enterrada en cualquier lugar. Le di las gracias. Comparé la pronta solución dada por el anterior Paco y la del último y me olvidé del hecho y recomendaciones, sin más. Solucionamos la papeleta, merced a los vecinos y amistades.
Había trascurrido un buen tiempo. Estábamos en tiempos del caso *(4) Marey. Puse la televisión. El telediario. Con la mano cubriendo parte del rostro, apareció la imagen del inspector. El impacto fue tan grande que baje de casa en bata y zapatillas. Crucé la calle para ver si las personas que le habían visto, en el portal de mi casa, tenían el telediario puesto y le habían reconocido. Si, alguno de ellos le había reconocido. Los más íntimos, aquellos que habíamos montado guardia para ver cuantos intrusos entraban en el piso nos preguntamos: si no pertenece al grupo de familias por qué y para qué ha venido… ¿No sería para hacer chocolate, verdad?
Sr. Don Francisco Saíz Ojeda u Oceja (el mundo da las dos posibilidades), te voy a repetir lo mismo que, en su día, te dije: Hay cosas que trascienden al miedo. Y para que te enteres de una vez. ¡Yo, me acuesto con un hombre cuando quiero! ¡Ni compro ni me vendo!
¡Déjame en paz de una vez! Y manda, a tus peleles y pelelas, a vigilar a los corruptos amigos del arte y del hotel y no a mi persona.
* Mucho de razón llevaba cuando me advirtió que era gente que estaba muy respaldada…También que eran peligrosos…Y que todo y todos se puede sobornar…Si, puerco, si. Y secuestrar en Zamudio… y hacer como hiciera el rey que tenía tres hijas… las metió en tres vasijas y las tapó con pez… ¿Quieres que te lo cuente otra vez? Te aseguro, pero, que si se pusieran frente a mí, uno a uno y sin ningún tipo de apoyo, les cortaría las pelotas y se las pondría en vinagre.
Sucedió que al terminar, la licenciatura, tuve que buscar otro medio de alquiler. Antes, entre unas y otras compañeras, alquilaba sin dificultad y las personas que venían a participar del grupo eran muy parecidas La convivencia normal. Realizábamos un previo presupuesto de víveres. Repartíamos trabajo y gastos y nunca hubo más fricciones que las necesarias. Los pequeños contratiempos se solucionaban sin más.
Otro gallo cantó cuando tuve que alquilar el piso sin aquella valiosa ayuda. Dentro del ámbito universitario, me enteré que unos becarios, andaban buscando un piso para compartir. No voy a decir su procedencia terráquea porque parásitos perniciosos están adheridos a cualquier nacionalidad y nadie, que yo sepa, se adjudica el primer premio. Siempre es el otro el más…
Y el gallo no solo cantó que a poco nos pone un huevo. ¡Menudo gallinero montaron los pollitos! Si, si, porque apenas eran unos pollitos tempraneros…Ahora, que tenían más espolones que el Bochito de Bilbao. Allí, donde los *(1) pinchos son de rechupete, se bebe txakoli y se dice ¡Riau! ¿Eres de Bilbau?
Pues… eso me paso. Entraron en la casa a país conquistado. Se instalaron. Tomaron todo lo que encontraron. Lo usaron. No se avenían a concierto alguno y el recochineo estaba presente porque dejaban la marca del zorro, en el trono sin asomo de higiene o pudor. ¡La madre del cordero y eran becarios!
Pero… había algo en sus gestos en la forma de hablar y de mirar que delataba la pose…
-*(2)La comunicación no verbal dirían, Ana Elejabeitia, Elena Artaza, Elvira Pérez de Arrilucea o Itziar Turrez, profesoras de la Universidad de Deusto.-
No quisieron compartir gastos ni trabajo. Cada cual cuidaría de su habitación y de sus cosas personales. Decían que usarían el piso solo para dormir y poco más, el resto del tiempo estarían en las respectivas facultades.
Lo primero que notamos fue la falta de comida, hecha y sin hacer. Cuando no faltaba azúcar, se habían encargado de terminar con la salsa de tomate, cuando, también, del detergente. Y de esa sisa desaparecía ropa personal, de cama y de mesa.
Solían presentarse, sin previo aviso, a la hora de la comida. Saludaban sonrientes y ceremoniosos. Se sentaban a la mesa cual invitado de piedra pero con mandíbulas activas y bien desarrolladas. Nos quedábamos perplejos y sin fiambres porque nos es que se tiraban a lo verde, no, ¡de hacerla que se vea! E hincaban el garfio donde más carne había. Ah… eso, sí, todo estaba rico…rico…y alababan a la cocinera o cocinero de turno y, hasta, la madre que los parió…
Para más chifla, cundo se presentaban lo hacían por turnos bien calculados. Pocas veces coincidíamos los mismos a saquear. Unas veces cuando comía Juan, otras, cuando cenaba Merche. De media, llegamos a la conclusión que se jamaban de tres a cuatro manjares. Pero, eso no era lo peor que pintaron. Las facturas de luz, agua y gas triplicaron. Y se negaron rotundamente a pagar la demasía, diciendo que, ellos, gastaban lo mínimo, porque apenas paraban en casa. Era tanta la diferencia de las sumas que se llamó al administrador y a Iberdrola para cerciorarnos de que el contador estaba bien.
Cada uno de nosotros íbamos y veníamos como de costumbre. Ninguno había modificado sus hábitos. Teníamos, un intríngulis diario y unos gastos re que te aumentados. No podíamos seguir así.
Definitivamente decidimos mandarlos a
¡La casa de tócame Roque! Y con aquellas carotas de pergamino ilustrado… ¿Quién iba dar crédito a lo que estaba pasando? Los más allegados… ¿Y quién se atrevía a ir a denunciar lo que pasaba a sus superiores? Nadie. Todos estudiábamos por aquellos deliciosos parajes y posponíamos la encomienda…
Empezamos a tomar medidas. Primero entre nosotros. Acordamos que cuando se sentasen mientras estábamos comiendo nos levantaríamos y recogeríamos las viandas. Teníamos más vergüenza en llamarles la atención que los convidados de piedra, en darse la panzada gratis. La medida surtió efecto, por poco tiempo, a la de tres cambiaron método. Se llevaban la comida de la nevera.
Hartos de tanto desahogo decidimos dejar las albóndigas con buen acompañamiento de salsa, a lo *(3) baiano, caliente, caliente. Seguro que, al primer bocado, a alguno de ellos le abrasarían los morros y se vería la huella. Pues, debieron de comerlo a la vez porque, dos, de los cuatro tenían los labios inflamados.
Un buen día, llegué antes de lo previsto y me encontré con uno de los vecinos de la comunidad. Después de los saludos, me dijo, mira, no me gusta meterme en vida de nadie pero en cuanto os vais, Juan, Merche y tú…por las escaleras y con el ascensor se monta la de San Silvestre… Unos suben, otros bajan y, siempre, van cargados de bolsas. A la vecina del cuarto y a su marido, también, les ha llamado la atención. Pero, lo que nos ha dejado con la mosca detrás de la oreja… decía… es que cuando estáis vosotros nunca vemos a los mismos maromos. No hace una semana, Agustín, el jubilado, subió y se quedó en el descansillo del ático escuchando qué pasaba en tu piso. Según, él, había más de cinco personas y hablaban tanto en español como en otro idioma. Estaban haciendo, la colada porque se escuchaba la lavadora. Por el olor cocinaban, por el ruido fregaban y veían la televisión. Nos enteramos, por unos y por otros, que las carrerillas y las coladas las hacían de dos a tres veces por semana. El piso se había convertido en lavandería y fonda del sopapo.
¡Y se hizo la luz y el agua! Sin perdida de tiempo pregunté a la vecina del piso de abajo por lo de la lavadora. Me confirmó el continuado uso de la lavadora. Eso, sumado a otras menudencias y males mayores como el revi salseo de todos los papeles personales…Colmó el vaso.
Teníamos que dar solución al problema. La denuncia a los superiores era lo más inmediato. No obstante, antes de realizar la, decidimos buscar ayuda para demostrar lo que sucedía y lo que decían los vecinos.
Cada uno de nosotros pusimos nuestro granito de arena. Me acordé de un tal Paco, policía nacional, me había ayudado mucho, con los niñitos de Portugalete. El, y David Beltrán, me dijeron que el día que necesitara ayuda no dudara en llamarles. Pero, a saber dónde estaban los números de teléfono…Como no hubo manera de conseguirlos, fui a la fuente.
Me presenté en la comisaría de la policía de Bilbao. Pregunté por la policía judicial. Di los datos de las personas que buscaba y el porqué. No sabía, los apellidos de Paco, solo me acordaba que una de sus hijas se llamaba Lorena. No hubo forma.
En esto, aparece una persona que dice ser inspector del grupo de familias. Me hizo una serie de preguntas y nos pusimos de acuerdo para que viniese a casa a ver el panorama. Vino. Me preguntó sobre los niños portugueses y ciertos locales. Revisó todas las habitaciones, entradas y salidas del piso. Anotó lo que quiso y lo que contestábamos y, Paco, que así decía llamarse, el inspector, se fue.
Como veía que los inquilinos no dejaban de hacer barrabasadas y el nuevo, Paco, no daba respuesta a la zozobra, le llamé para decirle que una amistad nos iba a ayudar. Con mucho tacto me recomendó que tuviera cuidado. Según sus palabras, los estudiantes estaban muy protegidos. Y como aquel que no quiere la cosa disparó: hoy en día, no es difícil hacer desaparecer a una persona molesta y que aparezca enterrada en cualquier lugar. Le di las gracias. Comparé la pronta solución dada por el anterior Paco y la del último y me olvidé del hecho y recomendaciones, sin más. Solucionamos la papeleta, merced a los vecinos y amistades.
Había trascurrido un buen tiempo. Estábamos en tiempos del caso *(4) Marey. Puse la televisión. El telediario. Con la mano cubriendo parte del rostro, apareció la imagen del inspector. El impacto fue tan grande que baje de casa en bata y zapatillas. Crucé la calle para ver si las personas que le habían visto, en el portal de mi casa, tenían el telediario puesto y le habían reconocido. Si, alguno de ellos le había reconocido. Los más íntimos, aquellos que habíamos montado guardia para ver cuantos intrusos entraban en el piso nos preguntamos: si no pertenece al grupo de familias por qué y para qué ha venido… ¿No sería para hacer chocolate, verdad?
Sr. Don Francisco Saíz Ojeda u Oceja (el mundo da las dos posibilidades), te voy a repetir lo mismo que, en su día, te dije: Hay cosas que trascienden al miedo. Y para que te enteres de una vez. ¡Yo, me acuesto con un hombre cuando quiero! ¡Ni compro ni me vendo!
¡Déjame en paz de una vez! Y manda, a tus peleles y pelelas, a vigilar a los corruptos amigos del arte y del hotel y no a mi persona.
* Mucho de razón llevaba cuando me advirtió que era gente que estaba muy respaldada…También que eran peligrosos…Y que todo y todos se puede sobornar…Si, puerco, si. Y secuestrar en Zamudio… y hacer como hiciera el rey que tenía tres hijas… las metió en tres vasijas y las tapó con pez… ¿Quieres que te lo cuente otra vez? Te aseguro, pero, que si se pusieran frente a mí, uno a uno y sin ningún tipo de apoyo, les cortaría las pelotas y se las pondría en vinagre.
* Paquito el Chocolatero
Compositor: Gustavo Pascual Falcó
*(2) "La
Comunicación no verbal" Flora Daves
*La Comunicación
no verbal en las películas de Charles Chaplin: Youtube
http://www.youtube.com/watch?v=FEb43BePDcU
*(3) http://es.wikipedia.org/wiki/Vatap%C3%A1
*(4)http://www.elmundo.es/elmundo/2001/05/31/espana/991332870.html
*
http://www.youtube.com/watch?v=FEb43BePDcU
*(3) http://es.wikipedia.org/wiki/Vatap%C3%A1
*(4)http://www.elmundo.es/elmundo/2001/05/31/espana/991332870.html
María Evangelina Cobo Zaballa
Castro-Urdiales (Cantabria)