¡Qué,
Watson! ¿Te gusto el chiste alemán? Muy elemental. ¿Verdad, querido? Si, los
europeos del sur permitimos que nos suban-estrujen-bajen y no hacemos nada para
combatir la fiereza de la
Bundabank , seguirán desarrollando el papel dictatorial de los poderosos. Nadie duda de su
inteligencia y capacidad histórica para
el orden y la economía. Sin embargo, la cagan con la pata de atrás porque, a
consecuencia de su particular talón de Aquiles, olvidan la inteligencia
emocional tan importante para el equilibrio armónico del ser. El uno sin el
otro, inevitablemente, nos abocan a una
guerra donde perdemos todos. Watson, ¿Te imaginas si cambian la fiesta de la cerveza por el tea party? ¡Uiiii...qué miedo! ¡No a las guerras!
El
mejor método que poseen los subidos-estrujados-bajado para combatir el abuso de
poder es la unión y la organización,
pacifica y vigilante. ¡No hay otra! Si, delegamos los derechos adquiridos a
personas que cuando toman el mando de un país hacen partido, en lugar de hacer
pueblo, patria, nación; estamos dejando hacer bajo el prisma de una ideología que no
respecta la totalidad de los individuos. También, es importante no olvidar que, “tiempo es dinero gane dinero no
perdiendo tiempo”. Es una de mis frases predilectas, fruto de las lecturas del almanaque, Reader´s Digest. Mr. Phiro, después de leerlas traía las revistas a casa y luego mi padre se aficionó
y no faltaban. Recuerdo que por los años sesenta una emisora de radio, en Sao Paulo, hacia suya la frase.
Bueno,
Watson, ya sé que te dejé con la miel en la boca porque a ti como a todo mortal
cuando mencionan ciertos vocablos como diría, el profesor, Balbino, “calenturientos”, los circuitos
cerebrales se ponen al rojo vivo. Sí, Watson, sí. Uno, de los tantos amantes
que me han adjudicado, pensaba hacer milagros a sus ochenta y pico. Y, entre, la Olatz , el Olotz y los Olentzeros...¡ me estaban preparando un belén de traca! Menos mal que los que me conocen saben
que después de lo visto… ¡ande o no ande caballo grande!
Para
que no tengas malos pensamientos, me explico. Como le dije a un amigo…Se había
empeñado en convencerme que la
experiencia sexual es más importante que la potencia. ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! Por más
experiencia que tengas, si, no llegas no llegas, y, si, solo da para uno ¿de
qué te sirve la experiencia? Es que los hombres maduros…decía. ¡Déjate de
pamplinas! Le conteste, si lo que vas buscando es sexo del bueno, ese que te
convierte, por instantes, en divina… Prefiero que no tenga tanta experiencia
pero que te suba al Olimpo tantas veces cuanto aguante el valiente.
En
esas estábamos. Y vinieron más. Las termitas no perdían el tiempo. Tenía a los
que me insultaban, me escupían, me tiraban piedras, anguilas vivas y orines. Estaban
los familiares y amigos haciendo la ronda por las esquinas y comentando lo mala
y follonera que era. Tenía la pared de mi casa por dentro y por fuera completamente
tomada y destrozada, merced, al ejercicio de poder cometido por la ejecución de
las obras del Hotel de Portugalete y por la desfachatez de los dos únicos
vecinos y propietarios del tercer y
segundo piso del edificio.
No
recibía los avisos de correo. Día que pasaba un nuevo cristal roto, una pared
rumiada…En la pared de la planta baja
que recorre el cantón. En la repisa de una
de las ventanas del garaje,
-ventanas que durante la rehabilitación han tapado, sin mí consentimiento, alterando
la fachada-
se
sentaba una pareja. Y, mientras estaban sentaditos se dedicaban a raspar la pared y arrastrar los trocitos que
podían. Dejaron alrededor de cada repisa donde se sentaban pequeñas marcas que
unidas a la rupturas de la bajantes, internas y externas, aquella conservada pared tomó el aspecto que lucen en otoño, los árboles
de la barrera de Castro-Urdiales. Moteada en verdes, cremas, grises y
marrones. ¡Puro impresionismo! El pájaro que lo hacía a tiempo pasado le vi
trabajando de butanero.
Si,
sumas, los desperfectos ocasionados en la esquina del edificio cuando
descargaban, en el cantón, para bien estar del hotel, y, añades lo que hacían a
hurtadillas las furgonetas, los todo terreno, coches y demás vehículos que
aparcaban, sin problemas o multas, pegaditos a la pared del cantón. ¡No tengo
que tirar más de la cadena!
Mi
cuerpo estaba sufriendo avatares parecidos a los padecidos por la casa de Portugalete y la academia de Castro-Urdiales. Habían sido estultamente ingeniados y llevados, a cabo, a
la usanza y medida de los acostumbrados termiteros. En
continuado picor silencioso. Después de las pruebas de alergia fui al
dermatólogo para que diera remedio a una
grave erupción que me cubría cara, ojos y parpados. El resultado fue que
la piel estaba siendo afectada por agentes externos. Intercambiando posibles
soluciones para saber qué demonios me
fumigaban. Unas amistades me aconsejaron ir a urgencias, en el momento
que aparecieran los picores.
El
día que fui a urgencias en el Hospital de Cruces aún tenía las marcas de las
erupciones en los ojos. Llamé a una amiga a ver si podía acompañarme. No podía.
Comuniqué la decisión tomada a un conocido y le pareció bien. Ese mismo día tenía consulta con el abogado que me
estaba llevando el tema de la comunidad de vecinos. Mi plan era ir a urgencias y posteriormente al abogado. Salí de Portugalete pronto y llegué al hospital, antes de las
ocho de la mañana. Era el día dos de mayo.
Entré
en la sala de espera de urgencias.
Entregué los papeles que llevaba del dermatólogo.
Explique qué me pasaba señalando como tenia los ojos y parpados. Me mandó
esperar. Y, pasó la hora y nada. Y, otra y lo mismo. Y, preguntaba y me decían
que no había llegado el especialista. Y, me sentaba. Durante la espera estuve
de cháchara con varias personas. Unas esperaban que les atendiesen, otras a sus
familiares o amigos que estaban siendo atendidos. En esto que ¡mira por donde!
se me acerca, un ex alumno y con la frescura y sencillez que conservan los
adolescentes me dice: ¿no te acuerdas de mí?
Era,
Chus, el alegre trasto de un grupo a
quién había impartido clases. ¡Jolines, Chus!¡Yo, sí que puedo decir que me han
crecido los niños! Recordamos tiempos graciosos me puso al tanto del paradero
del resto del grupo y nos contamos nuestras coincidencias en la sala de espera
de urgencias. Chus había venido para acompañar a su madre que según los síntomas hacían prever un amago de
infarto. Después de confortarnos se empeñó en invitarme a que fuera
a tomar un café con el resto de familiares que esperaban. Le dije que no podía
porque tenía que estar, en ayunas. Uno de los familiares observó. Pero… si… son
casi las diez ¿cuando piensan hacerte la analítica? Se fueron a la cafetería y
volvieron. Estuvimos otro ratillo charlando…Y,
me llamaron para consulta.
Entré
donde me indicaron. Allí estaba. Sí. Allí estaba el medico. Me mando sentar y
comenzó lo habitual de las consultas. ¿Qué te pasa? El relato de el historial
medico y el de tus familiares, poco más. Le dije lo de las erupciones cutáneas,
le enseñé el informe medico del dermatólogo y le indiqué que, en el mismo
Hospital de Cruces, se me habían realizado pruebas de alergia, dos
intervenciones a consecuencia de un cáncer y los electrocardiogramas por la
dolencia cardíaca. Me miró y sin hacer ningún tipo de observación cutánea o cosa parecida, me dijo:
“Lo que a ti te hace falta es un ingreso en el psiquiátrico” Yo, que por lo general me tomo ciertos disparates
a cachondeo me sonreí y le dije, con gracia, “Bien, pero, será después de saber
qué me produce las erupciones y picores que tengo. ¿No?
*(1) La vida te da sorpresas, Watson... Fue que, no. Que no y que no. Y para dejar más claro
que era no…Se abrió la puerta y entraron cuatro hombres y una mujer, vestidos
de azul marino. Me agarraron, y, en volandas me sacaron atravesando la sala de consultas de urgencias del Hospital
de Cruces. Al verme asida, sin poderme defender, pedí auxilio. Pensé que el
medico se había equivocado…Creí que se trataba de una equivocación. Por favor,
por favor, ayudarme, se han equivocado, llamar atención al paciente…por favor…
Me metieron en un cuartucho oscuro donde solo había una cama y cuatro aparatos médicos.
Mientras
me amarraban les iba diciendo que era una equivocación. Que estaba sola. Que
ningún miembro de mi familia estaba presente. Que no había cometido nada para
aquella actuación. Y que avisaran a la policía o a la atención al paciente. Se
llevaron todos los documentos que llevaba al abogado, el bolso y me dejaron en
aquel cuartucho. Sin atención alguna desde las once y pico de la mañana, hasta,
las cuatro y pico de la tarde. Estaba sin ingerir alimento alguno. Reducida,
atada y encorreada, con la ropa que venía. De vez en cuando aparecía un celador.
Supe que era celador porque me subió en ascensor la vez que me hicieron un legrado sin
anestesia, en ese mismo Hospital de Cruces.
Y
como te decía al tal celador, le pedí repetidamente agua. Agua que no me
dieron. Del mismo modo abría la puerta el
que mis amigos llaman, Polimefo, y, el que según la difunta, Carmele, se llama
Carlos. Vestido de blanco y en esas circunstancias, su deformidad,
inevitablemente, saltaba a la vista. Acostumbrada a los monstruos diarios de mi
existencia, aquel ser no me inspiró nada más que lastima. No me dieron agua ni medicina alguna. Yo, estaba con
todos los circuitos en alerta. No se me
pasó por alto ni un solo gesto. Viendo que no me atendían esperé la solución
con la paciencia y buen criterio que tengo por costumbre. Pensé, si, hecho a
pedir auxilio, a llorar, o, gritar
los que no me dan agua seguro me vienen
a dar otra cosa… ¡Mejor callar y aguantar! Pasa un buen tiempo y nuevamente aparecen las
personas que me habían sacado, en volandas, desde la sala de urgencias.
Me
metieron en la camisa de fuerza y me ataron en una camilla. Según, me iban
atando les iba advirtiendo del mismo
modo que, en su momento, advertí al guardia de Santander, cuando los nacionales
hicieron una redada en el Cordobés de Castro-Urdiales. Me llevaron
arrestada. Me tuvieron encerrada sin haber hecho, absolutamente, nada. Estaba
celebrando con unas compañeras los
aprobados del curso.
-Me
arrestaron, sacaron mis huellas dactilares y me tuvieron encerrada en la cárcel
de Santander. Durante el tiempo que estuve en el calabozo no se escuchaba más
que gritos y lamentos. Puede que fueran grabaciones pero no lo viví, así. De
modo que cuando uno de los policías nacionales me llevó a otro departamento dejando al resto de personas arrestadas en libertad.
Pensé que me iban a dar la del pulpo…Pasé más preocupación que miedo, Watson, por el alcance que el arresto supondría para
mis hijos y lo que podría derivar de una paliza. Por aquellos días habían sucedido unas cuantas movidas policiales
y se habían tomado medidas ejemplares. De modo que le dije al policía, mida
bien lo que vaya a hacer porque da la casualidad que mis hijos tienen
doble nacionalidad y mi hermana es brasileña. Se puede montar un fregado de
padre y señor mío… ¿y, ya sabe a quién van a meter en vereda? No me contestó. Me miró
y no volvió.-
En
el Hospital de Cruces no hubo nada que hacer. Por las fechas ninguno de mis
familiares tenía doble nacionalidad. ¡Estábamos, en plena democracia! había
pasado la época del palo y al cajón. ¡Ni Pamplona! Aquellos individuos ni se
inmutaron cuando les dije. Que estaba sola. Sin familiares. Que no había
cometido nada para que me metieran en la camisa de fuerza. Que no había orden
judicial. Que era un secuestro. De los
cinco que estaban realizando la operación de atarme bien atada y de recoger mis
pertenencias, uno, dijo, tiene razón… ¿a
ver si nos va a pasar algo? También, les dije, me estaban apretando mucho las muñecas y que sufría del corazón. No pararon. Se limitaron a decir que cumplían órdenes. Por el lenguaje
que utilizaron se me figuró más a
policías que a enfermeros. Me metieron,
en un furgón y me llevaron secuestrada al Hospital de Zamudio.
Durante
el tiempo que duró el trayecto tenía dos cosas bien claras, que me iban a tirar en cualquier
sitio, o, encerrarme de por vida. Y las causas. Las investigaciones y denuncias
del, presunto, robo del hotel, el vaciado del casco antiguo de Portugalete y
las personas implicadas. Pensé… si, me opongo o hago cualquier ademán de salir,
con la disculpa, me liquidan. Mejor sería llegar a donde decidieran llevarme, y, allí actuar con mucha cautela. El
hecho, en sí, era demasiado grave como para andar con tente en pies. Decidí no
mover ni un solo pelo para que las correas atadas al pulso no inflamasen la
muñeca y demostrar con ese simple hecho
que me habían amarrado sin motivo ni razón. Era la evidencia de que en ningún
momento había puesto resistencia ni cosa parecida.
Una
persona agresiva muestra oposición a las
ataduras y se refleja en su propio cuerpo con muestras evidentes de forcejeo.
Atravesé no se cuantas curvas y vericuetos lucida, amarrada y en posición
horizontal. Probé el gélido pasar de la guadaña y me encomendé a mis santos
difuntos. El sentir de las sensaciones
se mezclaba con las sensaciones de otras personas… otros lugares… y…otros
tiempos. Tenía la necesidad de llorar. Quería llorar. Imposible, la desolación
había secado mis ojos. No tuve ni el socorro de unas cálidas lagrimas.
Intento de secuestro del
secretario del ayuntamiento de Castro-Urdiales
http://www.eldiariomontanes.es/prensa/20061011/region/secretario-denuncia-ante-guardia_20061011.html
Mobbing en Portugalete
Mobbing en Castro-Urdiales: Local
Derramas goteras… Castro-Urdiales
Treinta y cuatro años de
indignación
“El artículo 451 del Código Penal castiga al que "con conocimiento
de la comisión de un delito y sin haber intervenido en el mismo como autor o
cómplice, interviniere con posterioridad a su ejecución ocultando, alterando o
inutilizando el cuerpo, los efectos o los instrumentos de un delito para
impedir su descubrimiento".
*(1) Pedro navaja
Rubén Blades
María
Evangelina Cobo Zaballa
Castro-Urdiales (Cantabria)